jueves, 19 de junio de 2008

en un banco de París


Sentada veía a la gente pasar, le gustaba imaginar cómo serían las vidas de esas personas demasiado ocupadas para descubrir su presencia.
Sentada sus días se consumían, su vida pasaba ante los ojos de los extraños, algunos decían que era una loca solitaria, para otros seguía siendo un fantasma, una más entre la multitud, un alma invisible que pasaba las horas sentada en un banco de París.
Sentada con la lluvia y con el frío, con el sol y el viento, no tenía más música que el ruido de los coches, no tenía más lectura que la de las miradas del mundo que pasaba ante ella, miradas vacías, no decían nada, aburridas, preocupadas, tristes todas eran tristes.
Sentada vivía rupturas, reconciliaciones, declaraciones de amor, lloraba y reía, soñaba, y soñaba con dar una mirada, un gesto dulce a París, devolverle el alma que el tiempo y las prisas le habían arrebatado.
Sentada decidió que había llegado el momento de tener sus propias emociones, despertar y vivir, sin olvidar las miradas vacías que le llenaron el espíritu, no era demasiado tarde.
Aquellos que la llamaron loca, no se dieron cuenta nunca que era la persona más cuerda sentada en un banco de París, que su vida se había consumido por mirar a los demás, que las horas se fugaban por haber buscado sin lograrlo las emociones ajenas.
Allí donde ves vidas pasar, vidas que gritan desperadas, que buscan la esperanza quieres que desde un banco de París, alguien te mire, llore y ría contigo, se levante y quiera cambiar el mundo.

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